He pensado muchas veces acerca del enamoramiento, el amor y
el amor romántico. Creo que es un tema muy de millenials, en realidad. Parece que nuestra generación sea
especialista en inteligencia emocional y en reescribir terminología.
Nos gustan las etiquetas y las definiciones. Supongo que
será consecuencia directa del sistema en el que nos han forzado a crecer. De cualquier
forma, se habla mucho en estos tiempos de cambiar la idea del amor que
heredamos de nuestros padres. Yo he hablado de esos temas. He leído bastante
también. No sé dónde, porque aquí la información viene de muchos canales y
ninguna fuente. Pero he leído, he vivido y después de almacenar toda esa información,
he creído saber.
Después de este proceso, he llegado a entender el amor como
la capacidad de dejar ir. De anteponer la libertad del otro a la necesidad que uno
tiene de la persona que quiere. Como si decir ‘adiós’ sin soltar una lágrima fuera el máximo
sacrificio de la edad moderna.
No opino que esté mal.
Pero hace unos meses fui a una charla en mi universidad
sobre nuevas generaciones. Sobre viajar o trabajar en nuestros tiempos. Porque
ahora todo se hace de otra forma. Una forma que a lo mejor no entiendes del
todo, pero como buen millenial deberías
estar haciendo ya.
Aquel día éramos unas ochenta personas las que habíamos ido
a oír esas historias, como si nosotros no tuviéramos ninguna que contar.
Fingiendo ser hojas en blanco en busca de una idea para hacerla cobrar vida. Yo,
al menos, fui a eso.
Más o menos a mitad del evento, se acabaron las
intervenciones habladas y apareció una guitarra. Así que deduje que la
siguiente historia tendría estribillo.
Él se llama Jesús Garriga. Al principio nos habló de todo esto de
lo que yo ya he contado un poco. De la información, la velocidad y todo eso. De
lo fácil que es comunicarse, también. Casi consiguió engañarme, pensé que me
iba a seguir hablando del nuevo mundo que a las ochenta personas de esta sala
nos ha tocado construir y comprender. En ese orden, además.
Pero Garriga no habló de eso.
-¿Cómo demuestras a alguien que
lo quieres en una época en la que decir te quiero es tan sencillo? - dijo.
Y no había pasado un segundo desde su pregunta cuando
escuché el barullo llenar la sala. Se creó un estruendo silencioso entre todas
las historias que se nos estaban agolpando en el pecho a los asistentes. A mí
sola se me ocurrieron varias, y me dolieron todas.
En realidad, me empezaron a doler desde el primer acorde.
Y en ese mismo momento recuperé la idea de la que les
hablaba antes. Esa de que me creo que sé mucho, como todos los jóvenes. Porque
hemos venido al mundo dando por sentado que todo lo que se ha hecho, se ha
hecho mal y creemos que sólo nosotros podemos arreglarlo. Me vinieron a la cabeza conceptos como la inteligencia
emocional, la autonomía, la resiliencia y todas las competencias que se nos
exigen en cualquier entrevista y que por algún motivo he querido aplicar
también a este campo.
Pensé en mis despedidas.
Entonces, Garriga se contestó a sí
mismo.
Me contestó a mí, que no había preguntado nada.
-‘Quédate’. Le dices: ‘quédate’
Bueno.
Pues quizá debería haber preguntado antes.
Porque después de eso, él empezó a cantar sobre todo lo que
no había dicho nunca. Se lo sabía sin conocerme de nada. Cantó sobre la necesidad
de tener a alguien cuando ‘parezca que no hay luz’, como él mismo dice. Sobre el
miedo, los reproches y los 'columpios con cadenas de papel'. Tengo muchos de los tres.
Sobre todas esas cosas que nos decimos que podemos hacer solos.
Y supongo que podemos. Pero yo nunca he superado nada sin
echar la vista a un lado buscando una sonrisa que acompañe la mía. Y de eso no
nos hablan.
Nadie nos enseña sobre la fragilidad. La propia y la ajena.
Sobre alguien que te espere al llegar a casa.
Sobre alguien
a quien esperar en cualquier parte.
Sobre una llamada para saber si estás bien.
Porque esté bien o no, no necesito la llamada. Pero si la llamada existe, la cosa cambia.
Así que la llamada importa, por lo tanto: lo admito.
Renuncio a mis competencias, mis valores y a mi condición de
millenial. Porque, además, me acabo de dar cuenta de que todo suena muy a descripción
de producto y que la palabrota inglesa con la que me han catalogado en realidad suena
un poco a superhéroe de Marvel o a
teletienda.
Admito mi humanidad.
Me admito.
Con todos los ‘quédate’ que no he dicho y se me revuelven
por dentro desde esa canción.
‘Niña,
quédate a vivir’ dice Garriga, para
acabar.
Vivir.
Creo esa es la única palabra que tendría que haber leído
sobre el amor.