viernes, 18 de noviembre de 2016

Se

Hay ocasiones en las que creer en la existencia de algo lo hace real, ya sea en el plano físico o en el del pensamiento. Sin embargo, ignorar la existencia de algo, sea cual sea el plano en el que se encuentre, no implica hacerlo menos real.
Durante años había dicho no creer en fantasmas, a pesar de los gritos constantes que le mordían las orejas, a pesar de todas esas veces en las que se sintió poseída por un impulso que no era el suyo. Ahora se encontraba frente a todo en lo que no creía. Él la miraba atentamente mientras se reía, como siempre. No sabía cómo serían el resto de fantasmas, pero el suyo no hacía más que reír y gritar, señalarla con el dedo y reír.
Rompió el espejo aquella noche, la noche del primer encuentro, con toda la rabia que llegó a sus puños, y él aún se reía. Reía y la señalaba, reía más fuerte tras cada golpe. Cuando terminó, cientos de pedazos se reían de ella desde el suelo. Se los tragó, uno a uno, porque quizá dentro esa risa dejaría de doler. Dolería la garganta al tragar, al hablar, al callar y también el estómago al sentir, pero lo importante quizá no doliera.
Lo que ella no sabía era que no siempre ignorar la existencia de algo lo hace menos real, que aquellos cristales no dejarían de reír y bailar en sus tripas hasta convertirla en su propio reflejo.
Ella no lo sabía, pero ignorar(se) era la forma menos efectiva de matar(se).