martes, 25 de septiembre de 2018

[25,09]


Prometí no volver a escribirte hace 300 días, 3600 horas y 18000 minutos, siendo la suma del mínimo común múltiplo y el máximo común divisor de estas cifras el número de veces que he faltado a mi palabra.

O no.

Porque soy de letras.

Y por eso son ellas las que me restan y dividen cuando te dedico al menos tres términos del castellano.


Ya sean estos un "Hola, cómo estás" 
o un "Vuelve por favor", puesto que el orden de los factores no altera el producto de haberte perdido. 

De no tenerte y verte en el punto B de todos mis vectores. Aunque aún no haya aprendido a calcular tu magnitud.

En este tiempo, solo he sabido definirte en intervalos. Siendo los valores de los mismos las fechas que compartimos, representados de acuerdo al sistema [día,mes], como si eso fuera a darte un sentido más allá de mis ejes.

Como si el resultado de todo eso no fuera a dar negativo.

Qué pena no haberte estudiado.

Ni haberte querido con la exactitud de cualquier ciencia.

Qué pena haberte invocado con metáforas, símiles, anáforas y aliteraciones que jamás plantearon tus variables.

Que, al no poder resolverte, te escucharon y te volvieron un cuento.

Que creían en ti, como un niño cree en lo subjetivo.

O como te creía yo, cuando te escribía.

En un lugar muy muy lejano,
en un tiempo muy muy lejano.

Como lo son, por ejemplo, este texto y este día.