Prometí no volver a escribirte hace 300 días, 3600 horas y 18000 minutos, siendo la suma del mínimo común múltiplo y el máximo común divisor de estas cifras el número de veces que he faltado a mi palabra.
O no.
Porque soy de letras.
Y por eso son ellas las que me restan y dividen cuando te dedico al menos tres términos del castellano.
Ya sean estos un "Hola, cómo estás"
o un "Vuelve por favor", puesto que el orden de los factores no altera el producto de haberte perdido.
De no tenerte y verte en el punto B de todos mis vectores. Aunque aún no haya aprendido a calcular tu magnitud.
En este tiempo, solo he sabido definirte en intervalos. Siendo los valores de los mismos las fechas que compartimos, representados de acuerdo al sistema [día,mes], como si eso fuera a darte un sentido más allá de mis ejes.
Como si el resultado de todo eso no fuera a dar negativo.
Qué pena no haberte estudiado.
Ni haberte querido con la exactitud de cualquier ciencia.
Qué pena haberte invocado con metáforas, símiles, anáforas y aliteraciones que jamás plantearon tus variables.
Que, al no poder resolverte, te escucharon y te volvieron un cuento.
Que creían en ti, como un niño cree en lo subjetivo.
O como te creía yo, cuando te escribía.
En un lugar muy muy lejano,
en un tiempo muy muy lejano.
Como lo son, por ejemplo, este texto y este día.