Cuando estaba en cuarto o tercero de la ESO, estábamos dando
Historia de España cuando la profesora nos puso un vídeo con la canción de La
Internacional. Ella se sorprendió al encontrarme cantando la letra en voz muy baja,
pero no más de lo que me sorprendió a mí. Yo no lo sabía, pero mi padre me
había estado cantando La Internacional para levantarme por las mañanas desde
que era niña, se ponía frente a mi cama, alzaba los brazos y comenzaba: “En pie
los hombres de la tierra…” Y yo sin saber que no sólo trataba de hacerme
levantar de la cama, que trataba de despertarme la mente.
Entre los recuerdos de mi infancia retumban otras tantas
canciones; anacrónicamente, me sé de memoria letras de Silvio Rodríguez, de Víctor
Jara, de Quintín Cabrera; no recuerdo
cuándo supe del Che Guevara como quien no recuerda la primera vez que vio a un
tío, un primo, o cualquier otro familiar cercano; no recuerdo haber estudiado
la ideología de izquierdas porque me crie con ella, la llevo en el código
genético, soy hija de todas esas revoluciones que ahora puedo entender.
No les extrañará, por lo tanto, si les digo que mi padre es
un ser político. Siempre ha estado luchando, incesablemente, con la llama roja
que le prendieron dentro todas esas personas que no pudieron luchar nada. Lo
admiré sin comprender su lucha, luego la entendí y lo seguí admirando, así
hasta la fecha. Pero dejé de creer en la política el día en que la política
dejó de creer en mi padre.
Vi al único hombre de este planeta en quien confío
plenamente ser traicionado. Vi al único hombre de este planeta cuyas lecciones
escucho ser ignorado. Vi al único hombre en este planeta que considero
realmente honesto ser silenciado. Vi al hombre que me dio la vida dejándose la
suya en sus ideales: vi al hombre de mi vida desvivirse solo. Y vi en mi padre
a tantos hombres, a tantas mujeres que se desviven, a tantas voces llenas de
rabia rogando a la fe que no los olvide, porque hay números que cuentan las bocas
que rugen pero el vacío en las almas es incontable.
Dejé de creer en la política pero nunca dejé de creer en mi
padre. Por él pienso cantar siempre a Silvio, La Internacional, a Víctor, por
él hablaré de igualdad, de derechos, por él en mi casa no cesarán los debates.
Porque mi padre no pudo arreglar el país, ni el mundo, pero a veces una canción
es todo lo que hace falta para hacerte creer: creer en la gente, en uno mismo,
en la vida y en las ganas de vivir… y él canta muy bien.
Un día me di cuenta de que mi padre, para despertarme,
cantaba una canción que no conocía y que decía: “En pie los hombres de la
tierra…”
En pie. Pase lo pase, papá, siempre en pie.