viernes, 4 de octubre de 2019

la atalaya

El valor de un momento lo determina el paso del tiempo.
Y me pregunto si este lugar, este instante que me define, cobrará importancia o la perderá dentro de unos años. O de unos meses.
Si mutará en sonrisa mi recuerdo.

Desde aquí veo todo mi verano, toda la historia desde la playa en la capital hasta la autovía.
Desde el este al oeste.
Qué ironía que todos nuestros episodios se rodaran en un set tan diminuto.
Que desde esta atalaya se vea toda nuestra trama.

Es pequeña mi isla.

Se me ocurre marcar la localización de cada uno de mis "flashbacks" recurrentes con puntos de luz, y confundirlos con el brillo de las farolas
o el de esos pocos coches que pasan silenciosos en esta madrugada de jueves.
Aquí dijiste eso; allí pensé aquello; aquí me callé lo otro.

Mientras trazo el mapa de los tesoros perdidos pasa otro coche.

Luego otro.

Han vuelto tres desde Las Palmas en la última media hora. Sólo uno se ha ido dirección a la capital.

Cuando los veo pasar, desde lejos, me doy cuenta de que es mucho más complicado distinguir las luces rojas de un vehículo que se marcha que las luces blancas de uno que llega.
De que llegan muchos más de los que se van.


Siempre es más difícil distinguir que algo se aleja.

Y así, en el lienzo que mi vista ha hecho de la isla esta noche, ya no solo me caben tus saludos y todos tus descubrimientos, tus luces blancas y mis deslumbramientos;
me cabe también el silencio de una despedida
que para mí nunca llegó.

Ahora, en el momento que vivo,
tengo un nuevo comienzo recostado sobre el muslo, dormitando en un mundo que aún no ansío. Y me pregunto si algún día ese instante que nos define será algo más que otro mapa mudo y huérfano de aliento.