viernes, 16 de septiembre de 2016

A veces...

 A veces las personas desprenden un brillo. Ocurre durante una pequeña fracción de segundo, toda la riqueza que poseen asoma a la superficie y desprenden una luz que aparece y desaparece en un parpadeo. Pasa lo mismo con algunas estrellas, las que llamamos fugaces. ¿Nunca te has preguntado por qué a ellas les pedimos deseos y no a las demás? Creo que en el fondo todos sabemos que es esa clase de brillo y no otro, el brillo efímero, el que posee verdadera magia.
 Pocas veces he visto el brillo del que te hablo en una persona, porque todos lo llevamos muy escondido, está aferrado a nuestra esencia. Pero sé que cuando lo ves, cuando estás en el lugar indicado, en el momento indicado y el brillo aparece frente a ti no se olvida. Y por muy poco que dure su presencia, antes de que se desvanezca sabrás que, después de eso, ya no quedan más deseos que pedir.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Trece

  Hace muchos años, nació un pueblo en la orilla del mar. Era un pequeño paraíso impregnado en salitre. Podría haber sido cantado por juglares en plena edad media, descrito por poetas del romanticismo, podría haber sido el paisaje de cualquier cuadro impresionista; sin embargo, este pueblito costero no tenía la condición imperecedera del arte.
  En la isla donde se encontraba este pueblo nunca hubo ningún río, el clima y la orografía no lo permitían. Los habitantes del lugar no concebían siquiera la idea de un río. Cuando el suelo se resquebrajó súbitamente, todos en el pueblo corrieron a sus casas, unos gritando, otros llorando, otros rezando plegarias. El pánico duró aproximadamente dos días, los mismos en los que la grieta formada en el suelo se agrandó y profundizó a un ritmo asombroso. Algunos dijeron que era posible ver el centro de la Tierra si te asomabas al  vacío que se había formado y agudizabas la vista. Sinceramente, no creo que nadie tuviese el valor de acercarse a desmentir ni confirmar esos rumores, pero eso decía la gente. Al tercer día, un nuevo temblor sacudió el pueblo, avisando de la proximidad de una nueva catástrofe, y un líquido espeso y negro empezó a fluir por la grieta. Nunca se supo de dónde provenía, pero de una forma u otra llegó hasta el pueblo, creando de esta forma un río con olor a muerte.
  Al principio, los lugareños consideraron los hechos un castigo divino. Algunos de ellos incluso huyeron del pueblo con la promesa de no volver, y fueron ellos los que propagaron la historia para hacerla llegar hasta nuestros días. Otros se encomendaron a Santos, Santas y Vírgenes, pero no llegaron más temblores después de que el río llegase a su caudal máximo. El negro fluía, muy lentamente debido a la densidad del líquido, y al cabo de unos días el río dejó de inspirar miedo y empezó a despertar curiosidad. Un mes después de su creación, ya había gente que se atrevía a acercarse a lavarse los pies y las manos. Pronto la gente lo tomó por inofensivo y aquellas ideas sobre castigos divinos quedaron obsoletas, los más jóvenes hicieron de él un objeto de diversión: saltaban, nadaban, reían... Algunos comenzaron a preferir el río a la playa, a pesar de lo pegajoso del líquido negro que a veces quedaba en la piel formando parches.
  El río pasó de ser odiado a ser amado, un amor con olor a muerte. Un día un niño quiso beber de él, y a este niño le siguieron otros más. El líquido se metió en sus organismos, impregnó sus labios, bocas, estómagos y almas. Los pequeños se quedaron allí, bebiendo como si llevasen días sedientos, bebiendo hasta llevar al límite sus cuerpos. Los padres, lejos de alarmarse, se unieron a ellos y su reacción fue la misma. Como una manada de lobos, primitivos, ansiosos, inhumanos, se arrodillaban a orillas del río negro dejándose poseer por él.
  De algún modo, la mar supo lo que estaba pasando y embraveció, las olas rompían contra el fuerte pidiendo ayuda, ella rugía con todas sus fuerzas suplicando un fin para esa barbarie. Los cuerpos de los lugareños fueron cayendo extasiados, uno a uno, al río. Nadie sabe dónde los arrastró la corriente, pero no fue al mar, porque ella seguía suplicando piedad de forma incansable.
  Aún cree estar a tiempo de salvarlos. Sigue luchando por ellos, gritando contra el fuerte que los ama, que vuelvan, que no caigan en las trampas de la muerte. Lo hace día tras día hasta que llega el mes de agosto, cuando se rinde a la razón y se marcha. Pero la mar es madre y siempre vuelve. Antes de que acabe el año ya está allí otra vez, entregándose a su causa perdida.