viernes, 8 de abril de 2016

Alma

Era un día cualquiera de otoño y un joven iba caminando por una calle cualquiera de una ciudad, cuando vio un gran número de personas agrupadas en torno a algo. Prácticamente todos reían con esa clase de risa socarrona, esa que acompaña a casi cualquier burla, y absolutamente todos tenían en la mano sus teléfonos móviles y apuntaban a lo que sea que estuvieran rodeando. Rápidamente dedujo que sacaban vídeos o fotos, y se acercó, dando codazos, para ver qué despertaba tanta expectación.
En el centro de lo que parecía un espectáculo circense había una chica. Su piel era increíblemente pálida, rodeaba sus rodillas con los brazos y su pelo azul zafiro caía sobre su espalda y ese era su único abrigo. La joven estaba completamente desnuda, mostraba su hermosa piel, cada uno de sus pliegues y varias cicatrices, que sólo la hacían más bella. Lo primero que pensó el joven cuando vio a la muchacha fue que se trataba de un ser fantástico, una sirena o un hada, y casi logró olvidarse del jaleo que ocurría a su alrededor. Casi no se dio cuenta de que aquella chica de cuento escondía la cara porque estaba llorando.
El muchacho rompió el espacio que separaba a la chica del grupo de personas y se hundió en el mar de luces, de flashes, que nunca paraban y caían como golpeando a aquella criatura gloriosa. La joven, al sentir la presencia del chico, levantó la vista y el muchacho sintió que podía ahogarse en el azul de sus ojos, que sin duda alguna eclipsaba el azul de su pelo. Unos ojos que irradiaban tristeza, que pedían ayuda desesperadamente.
- Levántate, ven conmigo, todos te miran. No tienes que quedarte aquí- dijo el muchacho.
- No soy cuerpo - contestó ella- Nunca lo he sido. No hay nada de mí en esas fotos, no soy materia. No tengo nada que ver con toda esta carne y hueso. Nací encerrada, por eso lloro. Nací presa y mortal y todos creen que soy todo esto; que soy tangible, visible y siempre me sentí infinita y etérea. No soy cuerpo - continuó entre sollozos- soy alma y nadie lo oye. Nadie lo oye. Ayúdame, hazles entender que soy alma. Llámame Alma.

El muchacho no supo qué decir y dejó a la joven allí llorando, todo lo que dijo le sonó a grito mudo, un grito mudo que le caló muy dentro. Pasaron los años y el joven seguía pensando en Alma, en la chica que no era cuerpo y a la que no podía ayudar. Se preguntaba qué habría sido de ella, si alguien la habría recogido del frío asfalto. Si habrían dejado de hacerle fotos. Si alguien más, a parte de él, la habría escuchado. Si alguien le habría preguntado siquiera el motivo de su llanto. Pero había una pregunta que no había parado de plantearse cada día desde aquel encuentro.
¿Cuántas Almas más habrá presas en el mundo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario